La Amazonía recibió la pandemia sin una sola cama de cuidados intensivos

En esta región, el virus causó estragos en las comunidades que, por sus condiciones de aislamiento y dispersión, tuvieron más problemas para acceder a los servicios médicos. Algunas recetas de la medicina tradicional ayudaron a paliar los males.

Poco más de cien días le tomó al virus SARS-CoV-2 llegar desde China hasta la selva amazónica. El 13 de marzo del 2020 un hombre acudió a un centro médico en Iquitos (Perú) porque presentaba problemas respiratorios y fiebre intensa. Tres días después los resultados de los exámenes de laboratorio despejaron las dudas: aquel trabajador del sector turístico, que durante una semana había guiado a un grupo de extranjeros, se había contagiado con la enfermedad que ya había obligado a cerrar fronteras en China, Italia y Francia.

En la misma semana que el guía recibió su diagnóstico, en Brasil, la comunidad kokama que habita Santo Antônio do Içá, a más de 800 kilómetros de Manaos, recibió una brigada de salud en la que iba un médico que cinco días después dio positivo para coronavirus. El caso se conoció el 8 de abril, cuando Sesai, el organismo adscrito al Ministerio de Salud que se encarga de la atención a los indígenas, confirmó que una indígena de 20 años se había contagiado y que otras 27 personas (15 profesionales de la salud y 12 locales) habían sido aislados de forma preventiva.

Una semana más tarde, en Leticia, capital de la Amazonía colombiana, un hombre de 26 años se convirtió en el primer positivo de coronavirus de la zona. Y a mediados de mayo una joven de 17 años, integrante de la etnia waorani, fue la primera persona del Amazonas ecuatoriano en dar positivo. Unas 40 personas de su comunidad tuvieron que ser aisladas tras el diagnóstico.

El virus fue devastador. En los primeros cinco meses de la pandemia 1.251 indígenas murieron, según los reportes entregados el 4 de agosto por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Para ese momento se habían documentado 35.598 casos de personas contagiadas en 212 pueblos o naciones indígenas.

“La CIDH tuvo conocimiento de la pérdida de vidas de líderes y lideresas, niñas, niños, adolescentes, jóvenes, adultos y personas mayores, quienes en vida resguardaron la sabiduría y los conocimientos ancestrales de sus pueblos. Situación que pone en grave riesgo la reserva cultural y espiritual de estos colectivos”, explicó el alto tribunal en un comunicado difundido en agosto del 2020, en el que les pidió a los Gobiernos acciones concretas para contrarrestar la situación.

El 26 de noviembre la Red Eclesial Panamazónica (Repam) señaló que en los países de la Amazonía los contagiados de covid-19 eran 1.494.340 personas, y que los muertos eran 36.271. Esa red tomó como base los reportes oficiales de cada país, pero reconoció que hay problemas de subregistro en cuanto a los contagios y los fallecimientos, debido a falencias en el acceso a pruebas diagnósticas o informes forenses.

Según el documento, Brasil alcanzó 1,08 millones de contagios y 22.959 fallecidos, equivalentes al 63 % de las víctimas fatales. Perú fue la segunda zona más afectada por los contagios, con 196.493 casos, y la tercera por las muertes, con 2.990 víctimas, equivalentes al 8,2 %. Por su parte, Bolivia tiene el 16,8 % de los muertos, con 6.104 casos, y su cifra de contagios fue de 67.572. Luego aparece Colombia, con 52.572 contagios y 1.284 decesos, que suman el 3,5 % del total de víctimas. En el caso de Ecuador el registró fue de 12.883 contagios y 354 muertes. Y los reportes oficiales de Venezuela hablan de 10.161 contagios y 61 fallecimientos.

Fallas al desnudo

Pero si está aislado y las fronteras se cerraron, ¿por qué la pandemia causó tanto daño en el “pulmón verde del mundo”: la Amazonía? La respuesta, según los mismos indígenas y líderes de la zona, tiene varios ingredientes. El más claro es que al inicio de la pandemia ninguna de las 400 comunidades que habitan la selva, que alberga a casi 3 millones de personas, según la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica, tenía ni una sola cama de cuidados intensivos funcional a menos de mil kilómetros.

A eso se suman problemas preexistentes, relativos al acceso y las vías de comunicación. La organización Médicos Sin Fronteras señaló que, para atender la pandemia en la zona, tanto ellos como los equipos de salud locales tuvieron que enfrentar dificultades propias del terreno, como las largas distancias y la ubicación remota de algunas poblaciones, lo que dificultó la recepción de insumos y el traslado de pacientes.

El antropólogo Rodrigo Lazo, quien ha realizado buena parte de su trabajo en la zona de Pucallpa, en la selva peruana, afirmó que desde antes de la pandemia ya había cierta discriminación frente a la red de salud para indígenas: presupuestos más bajos e infraestructuras más precarias. Y citó el ejemplo del distrito El Cenepa, cerca de la frontera con Ecuador, donde hay apenas 18 centros básicos de salud, varios de ellos sin un médico de planta, para atender a más de 65 comunidades.

Como si fuera poco, agregó Rodrigo Lazo, los problemas nutricionales de los indígenas también aumentan los riesgos: “Ellos han cambiado la dieta de elementos del bosque por productos altos en azúcares y carbohidratos, eso deriva en problemas cardiovasculares y diabetes (factores de riesgo). Y no hay regulación sanitaria sobre esos productos”.

Justamente, en el Acuerdo para la Respuesta a la Pandemia, firmado en julio del 2020 por la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (Coica), la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), estas organizaciones reconocen que “las altas tasas de enfermedades crónicas como diabetes e hipertensión —entre los indígenas— aumentan el riesgo de contraer covid-19 con síntomas graves”. Por eso, les pidieron a los Gobiernos locales que desarrollaran una estrategia de comunicación de riesgo con materiales culturalmente adecuados y en las lenguas originarias de los pueblos. Pero seis meses después de la petición ninguno de los Gobiernos reportó avances en la materia.

Otro agravante fue el deterioro de las condiciones medioambientales. Adolfo Maldonado, director de la Clínica Ambiental Salud Amazonía, en Ecuador, explicó que la población se ha visto afectada por las fumigaciones a los cultivos de uso ilícito, desarrolladas bajo el Plan Colombia, y por contaminaciones de fuentes hídricas en las zonas de explotación petrolera. De hecho, reveló, “encontramos 251 casos de cáncer en la región por minería y pesticidas”.

Y es que fue precisamente en esa zona del Ecuador donde, en plena pandemia, se presentó una emergencia sanitaria por una falla en el oleoducto Transecuatoriano que contaminó los ríos Coca y Napo. La afectación fue tal que la ONG Amnistía Internacional tuvo que hacer un llamado público al Gobierno de ese país para que pusiera manos a la obra, pues según sus cálculos por lo menos 105 comunidades resultaron afectadas debido a que “dependen de los ríos como fuente de agua y alimento”.

En busca de la unión de saberes

En diferentes momentos, la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (Coica), la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) han exhortado a los Gobiernos de los países de la cuenca amazónica para que implementen mesas de diálogo de saberes, es decir, espacios donde se pueda complementar el conocimiento occidental con la medicina tradicional, para buscar soluciones adaptadas a las necesidades de las comunidades.

En Brasil, por ejemplo, las autoridades entendieron que la forma más rápida de transportar los equipos, al personal médico y los alimentos era a través de las vías fluviales, y por eso reactivaron las ambulanchas, embarcaciones medicalizadas que también se usaron para evacuar a los enfermos más graves. Sin embargo, las acciones no fueron suficientes y la justicia tuvo que intervenir. El 5 de agosto del 2020 el Tribunal Supremo Federal emitió un fallo en el que le ordenó al Gobierno del presidente Jair Bolsonaro que tomara medidas de protección para frenar los contagios en las comunidades indígenas. La decisión judicial se produjo un mes después de que el mismo Bolsonaro vetara una ley que le ordenaba proporcionar agua potable, desinfectantes y camas hospitalarias a esas comunidades.

Pero no en todos los países el panorama fue desalentador. En Perú se consagró un equipo de técnicos en salud interculturales. Uno de sus integrantes fue Alfredo Sandi, indígena achuar y enfermero, quien explicó que al conocer de primera mano los detalles de cada cultura y sus creencias, este equipo pudo darles a otros indígenas la confianza para transmitir sus conocimientos sobre el uso de las plantas medicinales. Entre junio y septiembre del 2020, la prensa latinoamericana alcanzó a registrar, en buena parte de la región amazónica, el uso de los tallos de verbena para controlar la fiebre, del limón para desinfectar las manos y de la chuchuguaza para contrarrestar los síntomas generales del coronavirus. Incluso en la comunidad de La Unión, en Ecuador, reportaron la creación de un brebaje con 40 plantas que prometía controlar la enfermedad, pero aún no se conoce la receta ni se ha confirmado su efectividad.

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