Quedarse en casa no fue una opción para los migrantes

El confinamiento y el cierre de las fronteras, asociados a las medidas de prevención por la covid-19, dejaron varadas a cientos de miles de personas que salieron de sus países en busca de una nueva vida.

El 30 de enero del 2020 la Organización Mundial de la Salud declaró el brote del coronavirus como una emergencia de salud pública, y 41 días después se declaró la pandemia, lo que significó que había un virus propagándose por todo el mundo. En las siguientes 3 semanas el 92 % de los países latinoamericanos comenzó a cerrar sus fronteras, y en el limbo quedaron miles de migrantes que estaban a mitad de camino entre sus países de origen y el destino que buscaban. A estos se sumaron posteriormente las personas que se habían radicado en otros países, pero que a causa de la pandemia perdieron sus empleos y no encontraron otra fuente de ingresos, viéndose obligados a retornar a sus naciones.

La magnitud de esta situación fue calculada por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que contabilizó más de 111.000 migrantes varados en las fronteras de Latinoamérica y cerca de 2.750.000 en todo el mundo. Por su ubicación geográfica como sitio de paso entre Suramérica y Norteamérica, México, Panamá y Colombia se convirtieron en los países con mayor concentración de migrantes al inicio del confinamiento.

Lejos de casa

Pierre*, de 33 años, salió en enero de Haití y esperaba llegar antes del verano a Estados Unidos. Su viaje incluyó una lancha hasta Venezuela y extensas caminatas desde allí hasta Colombia, para luego pasar a Centroamérica, pero la pandemia lo frenó. El 20 de marzo llegó a Necoclí, en el occidente de Colombia, pero se encontró con que las lanchas que llevaban a los viajeros hasta la frontera con Panamá habían apagado sus motores, por lo que quedó varado en la playa hasta que la policía lo llevó a un albergue.

En el albergue al que fue llevado Pierre, las autoridades colombianas instalaron a 247 extranjeros, entre los que había 67 niños y 10 mujeres embarazadas. La mayoría eran haitianos, pero también había ciudadanos de Venezuela, Cuba, El Congo, Senegal, Mauritania y Camerún. El albergue sufrió protestas en julio y un brote de coronavirus en agosto. Luego, en la noche del 18 de septiembre, el 80 % de sus ocupantes se fue sin decir nada. Un par de semanas después el sitio fue clausurado, según César Augusto Zúñiga, director municipal de Gestión del Riesgo.

Por otro lado, en México, la organización Médicos Sin Fronteras (MSF) encontró a centenares de viajeros varados en el sur y el norte del país, en su mayoría centroamericanos. Nino Caradonna, coordinador en terreno del Proyecto Migrantes de MSF, señaló que la mayoría de los albergues cerraron sus puertas por miedo a que llegaran personas contagiadas.

Niño además explicó que, con la pandemia, a los problemas que usualmente enfrentan los albergues, como la llegada de víctimas de secuestros, robos y violencia sexual, se sumó el encierro, que terminó por “aumentar la demanda de consultas médicas y de salud mental. Identificamos un aumento en las ideas suicidas y abuso en el consumo de alcohol”.

¿Volver o seguir?

En abril los noticieros de Colombia y Ecuador, y en menor medida de Perú y Brasil, registraron caravanas de ciudadanos venezolanos que emprendieron el viaje de regreso a su país, ante la incertidumbre que implicaba enfrentar el virus en otro país. “Aquí —en el extranjero— casi nadie tiene trabajo formal, vivimos de lo que da la calle, y cuando no se puede ir a la calle es mejor volver. Mi familia vive en Caracas y me da miedo que mi mamá se pueda morir de coronavirus, pero al menos tenemos una casa”, contó Jerry Quintero, un mesero que trabajaba en Lima y que en abril regresó a su país. Le tomó más de dos meses llegar, pues casi siempre iba caminando o colgado de camiones, evadiendo los controles migratorios y policiales.

Otros, como Félix Salazar, residente en Lago Alto, provincia de Sucumbíos (norte de Ecuador), también pensaron en irse, pero ya no a su país, sino más al sur. “Yo perdí mi empleo y mi esposa también […]. Antes de la pandemia estábamos pensando en comprar un terreno y construir una casa en Ecuador, pero ahora la cosa se ha puesto dura. Hemos pensado que si no encontramos un empleo podríamos migrar a otra parte, tal vez Chile”, relató.

María Clara Robayo, investigadora del Observatorio Venezuela de la Universidad del Rosario, en Colombia, explicó que una parte de los migrantes venezolanos repartidos por Latinoamérica está en condiciones irregulares porque en su país no se están entregando pasaportes ni renovando cédulas. Eso hace que muchos de ellos dependan de trabajos informales; es decir, de la economía del día a día. “Con el confinamiento ya no había gente en la calle para vender cosas. Muchos otros se quedaron sin empleo. Y al no tener documentos, vivienda, cuenta bancaria o demás, quedan a la deriva. La cuarentena realmente es un privilegio que para los migrantes es más difícil de lograr”, agregó.

Migrantes y coronavirus

A la fecha no hay registros oficiales de cuántos migrantes se pudieron contagiar con el coronavirus o morir a causa del virus en la región.

María Clara Robayo explicó que una estadística de migrantes afectados por el virus es difícil de llevar, pues muchos ni siquiera se acercan a los centros de salud por temor a ser deportados o sancionados. Pero también existen otras causas, entre ellas, la negligencia en la atención médica, como fue el caso de la venezolana María Alexandra Cruz, quien relató que entre el 9 y el 18 de junio del 2020 recorrió las salas de urgencias de tres hospitales en Lima (Perú), buscando atención especializada para su esposo, quien era vigilante en un mercado y se había contagiado. “Lo llevé [a los hospitales] y no lo aceptaron. Hice un video viral y un comandante me llamó diciendo que iba a pedir una ambulancia para que lo llevaran a un hospital. Él entró con un coma diabético, pero no le hicieron nada más. Ni oxígeno le pusieron. El 19 de junio falleció”.

Nueve días después de perder a su esposo, María Alexandra también se contagió y esta vez fue su hija, de apenas 13 años, la que tuvo que caminar por los hospitales pidiendo ayuda, viéndose a la vez obligada a trabajar para poder conseguir comida.

María Alexandra sobrevivió a la covid-19, pero aún lucha por hacer el duelo y buscar un sustento. “No es lo mismo morir en tu país de una enfermedad en la que te puedan velar. Esas cosas ayudan en la aceptación. Pero nosotros solo vimos una foto de mi esposo, no nos pudimos despedir. De ahí se lo llevaron a una nevera, en siete días lo cremaron y en un mes devolvieron las cenizas. Hoy estamos solas”, agregó.

Otra de las dificultades que enfrentan los migrantes es la imposibilidad de cumplir con el distanciamiento social. A Herriko Fernández, pastor peruano, la pandemia lo sorprendió un día después de llegar a Manaos (Brasil) buscando atención médica para su hija con cáncer. Lo primero que hizo fue conseguir refugio en una casa en la que se hacinaban 75 extranjeros, de los cuales 29 eran niños. “Los primeros tres días salíamos a pedir comida a las calles, pero después ya no nos dejaban […]. En el viaje había algunos enfermos y yo también me enfermé. Cuando fui al médico me preguntaron con quién vivía, les dije del albergue y conté que ahí todos tenían fiebre, dolor de garganta, y estaban sin gusto ni olfato. Todos tuvimos covid-19”, relató.

Fernández, como muchos migrantes refugiados en países de la Amazonía, pudo recibir atención en salud y acceder a medicamentos gracias a la cooperación internacional y a la gestión de organizaciones religiosas y civiles.

Las esperanzas de todos ellos se centran ahora en Covax, la iniciativa que busca que el acceso a las vacunas contra el coronavirus sea universal. La Organización Mundial de la Salud (OMS), líder del proyecto, señala que la meta es que dos mil millones de dosis se puedan distribuir equitativamente para finales del 2021, garantizando la inmunización de por lo menos el 20 % de los habitantes de cada país.

Nino Caradonna, de MSF México, pidió que se tenga en cuenta a los migrantes en esta fase: “Los Gobiernos están haciendo cálculos de vacunas para sus habitantes, pero aquí también hay que tener en cuenta a los migrantes, porque ellos tienen contacto con muchísimas comunidades”.

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