La salud mental quedó puesta al límite por la pandemia

En los países de la cuenca amazónica las dificultades económicas han profundizado el golpe emocional del encierro por el coronavirus.

La expansión de la pandemia de la covid-19 por el mundo no solo generó impactos en la salud física de las personas que contrajeron la enfermedad, también trajo consigo afectaciones a la salud mental de la población en general, asociadas en parte a las medidas de confinamiento obligatorio, principalmente en países con dificultades socioeconómicas, como Ecuador, Perú, Brasil y Colombia, en la región de la Amazonía.

El encierro representó para las personas un rompimiento abrupto de los vínculos sociales, situación que se sumó a otras circunstancias que trajo consigo la pandemia, como la incertidumbre laboral, el aumento del desempleo, la recesión económica y el miedo latente, no solo a contraer el virus, sino a que las personas del entorno personal se enfermaran y murieran.

En Perú, el Ministerio de Salud informó en julio del 2020 que 7 de cada 10 peruanos se vieron afectados en su salud mental. El dato fue resultado de una serie de estudios preliminares, realizados en alianza con la Organización Panamericana de la Salud y aplicados a 57.250 peruanos. El Ministerio señaló, además, que en la mayoría de las llamadas de ciudadanos a las líneas de apoyo psicosocial dispuestas por el Gobierno se referían circunstancias de estrés o ansiedad.

Estas situaciones se presentaron también en Colombia, donde el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) indagó por la relación entre las aflicciones psicológicas y las circunstancias socioeconómicas de los colombianos. El organismo halló que las personas con mayor nivel educativo presentaban más cansancio e irritabilidad, mientras que las personas con un nivel de educación técnica presentaban más dolores de cabeza y estomacales.

De los 20.452 colombianos indagados por el Dane en 23 ciudades capitales del país, ninguna de ellas en la Amazonía, el 38,6 % manifestó que había sentido preocupación o nerviosismo durante la pandemia. Las personas sin empleo fueron las que más reportaron que se sentían solas, preocupadas o deprimidas.

El estudio también arrojó que los hombres que tenían empleo en el 2019 y no en el 2020 fueron quienes más “preocupación o nerviosismo” reportaron: 53 %, frente al 48,7 % de las mujeres con la misma condición laboral. No obstante, fueron las mujeres las que más afirmaron que se sentían sobrecargadas por las tareas del hogar y el teletrabajo.

Para el caso de Ecuador, los jóvenes entre 18 y 36 años fueron quienes más presentaron ansiedad, según un estudio de investigadores de la Escuela Politécnica Central y de la Universidad San Francisco de Quito, el cual puntualizó que la juventud “se encuentra en esta pandemia aún más solitaria”.

En una escala de 1 a 7, en la que 7 es el ánimo más positivo, las mujeres ecuatorianas consultadas en el estudio dijeron que se sentían, en promedio, en un 2,9, y los hombres en un 3,35. En este estudio, el 25,82 % de las personas también manifestó que sus ingresos disminuyeron, lo que implicó mayores preocupaciones para ellas.

Determinantes vs. enfermedades mentales

En conversación con Hacemos Memoria para el podcast Sin Tapabocas, la psicóloga clínica ecuatoriana Aimée Dubois advirtió que asuntos como los problemas socioeconómicos y la incertidumbre, que pueden ser condicionantes de enfermedades de salud mental, no se deben simplificar con diagnósticos como el de la depresión. Y agregó que tampoco se debe reducir cualquier expresión violenta de una persona a un trastorno bipolar o a psicosis. Hacer esto es grave, según señaló, porque el modelo de salud mental en la región sigue centrado en el “internismo”, es decir, en el tratamiento de urgencia en instituciones de salud mental.

A esta visión se sumó el psiquiatra colombiano Milton Murillo. En su opinión, si bien no hay que confundir los determinantes de salud mental con las enfermedades en sí, la promoción y la prevención comienzan por allí: “Si hay hambre, no podemos hablar de salud mental; si no hay techo, no podemos hablar de salud mental; si no hay necesidades básicas satisfechas, no podemos hablar de salud mental”, explicó.

Esos condicionantes, en algunos casos, se remiten también a las circunstancias de violencia que han vivido países como Colombia y Perú. En este último, según contó el psicólogo Cristian Castro, desde el departamento de Ayacucho, el estado de emergencia decretado por la covid-19 hizo que quienes vivieron “el terrorismo” de los años ochenta y noventa revivieran recuerdos de las restricciones de libertades que sufrían entonces. Así como antes cualquier persona “parecía sospechosa” de hacer parte de las hostilidades, ahora cualquier vecino es sospechoso de tener coronavirus, lo que ha agravado problemas de salud mental que ya estaban presentes en la región, dijo Castro.

Los expertos consultados en esta investigación indicaron que las afectaciones a la salud mental en medio de la pandemia de la covid-19 fueron desde cambios de humor o trastornos del sueño, en personas sin enfermedades previas, hasta la complejización de cuadros clínicos presentes antes de la pandemia, los cuales llevaron a los pacientes a enfrentar situaciones límite e incluso a tratar de quitarse la vida, como lo corroboró la psicóloga clínica Mireya González Dávila, en Sucumbíos (Ecuador), quien contó que durante la cuarentena tuvo que atender de emergencia varios intentos de suicidio.

Más interés, pero no suficiente atención

Gabriely Xisto Ricardo, una estudiante de 21 años que vive en el estado Rondonia, de Brasil, buscó ayuda psicológica por primera vez durante la pandemia. Ella sintió que su salud mental se afectó por el cambio de rutina que impusieron las medidas estatales para prevenir la propagación de la covid-19. Varios de sus amigos también buscaron ayuda psicológica, contó.

En Brasil, según dijo la psicóloga clínica Alaiana Menezes da Silva, radicada en Belém, estado de Pará, la pandemia desencadenó más consultas psicológicas por las crisis, las tensiones, el miedo y otros sentimientos que manifestaron las personas. En los países de la cuenca amazónica los problemas de salud mental emergieron en un contexto de desatención histórica a este problema, y el interés de las personas por la problemática aumentó, como lo demuestran las tendencias de búsqueda de Google.

Al revisar Google Trends, se encuentra que el concepto de salud mental tuvo un crecimiento sostenido desde febrero en Colombia, con un pico en octubre, mes en que se celebró el Día Mundial de la Salud Mental. El concepto de salud mental en cuarentena también tuvo un crecimiento sostenido a lo largo del 2020. El comportamiento de estos términos fue similar en Ecuador, donde hubo picos más pronunciados, pero menos frecuentes, de búsquedas sobre salud mental en cuarentena. Entretanto, en Perú, los picos de búsqueda se dieron hacia finales de agosto y a mediados de octubre. Y, en Brasil, saúde mental tuvo su mayor pico en junio, tanto para el 2020 como para los últimos cinco años.

Según Aimée Dubois, en Ecuador “hay una mayor conciencia [sobre la salud mental], por un lado, pero por otro lado la inversión desde el Estado es nula”. Ella contó que, en ese país, antes de la pandemia el sistema de salud venía afrontando recortes en el personal médico, lo que implicó que al llegar la emergencia hubiera pocos profesionales en todas las áreas, entre ellas la de la salud mental.

Desde Colombia, Milton Murillo complementó este planteamiento al decir que en este país aumentaron las consultas externas, pero no la capacidad del sistema de salud. Además, contó que durante la pandemia las consultas podían tardar hasta 60 días a través del sistema de salud, “lo cual es dramático, porque nos limita única y exclusivamente a la atención por urgencias”, lo que lleva a que el enfoque de salud mental se quede en la internación de las personas.

Estos planteamientos se refuerzan con las cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), organismo internacional que en octubre del 2020 aseguró que la pandemia provocó un “incremento de la demanda de servicios de salud mental”. En ese contexto, más del 60 % de los países tuvo perturbaciones en los servicios de salud mental dirigidos a poblaciones vulnerables, en el 67 % hubo dificultades en los servicios de orientación psicológica y psicoterapia, y en el 65 %, en los servicios de reducción de riesgos. Las intervenciones de emergencia también se vieron perturbadas en el 35 % de los países sondeados por la OMS, y en el 30 % hubo barreras de acceso a los medicamentos usados para tratar trastornos mentales, neurológicos y derivados del consumo de drogas.

Aunque la fase estricta de los encierros y las cuarentenas ya pasó en la mayoría de los países, se esperan secuelas en la salud mental, no solo por la carga emocional, sino también por las secuelas neurológicas que deja la covid-19 en los pacientes sobrevivientes. A esto se suman los duelos individuales y colectivos por las pérdidas humanas y económicas, así como por la afectación a los planes de vida.

Ante este panorama, pese a que varios Gobiernos han aumentado el presupuesto para atender la salud mental, los actores del sistema de salud: médicos, pacientes, académicos y organizaciones, esperan una apuesta más decidida de los Estados para, por fin, compensar el desdén histórico frente a este campo de la salud.

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