El reto de aprender sin profesor, sin internet o sin computador

La brecha tecnológica afectó a los estudiantes con menos ingresos, que desde que inició la pandemia tuvieron dificultades para acceder a la educación virtual. Mientras la emergencia por la covid-19 perdure, para muchas escuelas será difícil retomar la presencialidad, porque ni siquiera cuentan con agua potable.

A mediados de junio del 2019, el Banco de Desarrollo de América Latina, antes llamado Corporación Andina de Fomento (CAF), envió alertas diciendo que, pese a los avances en la infraestructura y las redes, el 45 % de los estudiantes latinoamericanos no tenía acceso a los servicios derivados de la conectividad, pues solo 4 de cada 10 hogares tenían conexión de banda ancha fija, y apenas el 50 % tenía acceso a datos móviles.

Fue en ese contexto tecnológico que a comienzos del 2020 la pandemia dejó sin clases presenciales a 160 millones de estudiantes de América Latina y el Caribe, y los obligó a migrar hacia los sistemas virtuales de educación. En todo el mundo fueron cerca de 1.200 millones de estudiantes, de todos los niveles de enseñanza, los que dejaron de asistir a las aulas.

La nueva realidad a la que se enfrentaron los alumnos varió según las condiciones socioeconómicas y la ubicación geográfica. En Quito, capital de Ecuador, estudiantes como María de la Cruz Pazmiño, de dieciséis años, no tuvieron problemas para conectarse y migrar a la virtualidad, pero sí experimentaron un aumento en el tiempo de estudio. “Estoy en clases unas ocho horas al día, luego almuerzo y me quedo haciendo deberes, a veces hasta las nueve o diez de la noche”, contó la joven, y explicó que su escuela tuvo que poner un límite a la cantidad de tareas que los docentes les dejaban a los alumnos.

Pero Esaud Suárez López, de diez años y habitante del distrito Nieva, en la Amazonía peruana, se vio enfrentado a muchas carencias. “El Aprendo en Casa [la plataforma educativa gubernamental] no me gustó y no aprendí mucho porque no tengo televisor, internet o radio, además mi mamá no conocía los temas de las tareas y no me podía ayudar”, relató.

Sobre la situación de la educación en tiempos de la pandemia, una investigación de la Cepal y la Unesco, publicada en agosto del 2020, reveló que en 32 de los 33 países de América Latina y el Caribe las escuelas y los colegios suspendieron las clases presenciales durante casi todo el año. El estudio precisó que 26 países implementaron estrategias de aprendizaje virtual, y 24 aplicaron modalidades a distancia pero fuera de línea. La mayoría, en esencia, combinaron ambas formas de enseñanza.

Este tipo de situaciones generó preocupación en organismos internacionales como el Banco Mundial, que calificó la pérdida de las clases presenciales como un hecho sin precedentes en el mundo, y señaló que cuando hay choques negativos en los ingresos familiares (la pérdida de empleo de los padres, por ejemplo, como ocurrió con muchas familias durante la pandemia) hay una probabilidad más alta de que los niños y los jóvenes abandonen la escuela.

Por su parte, Marcelo Cabrol, gerente del Sector Social del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), afirmó que aunque muchos países “hicieron fuertes inversiones en tecnología para la educación, no han mostrado mejoras apreciables en los resultados de las pruebas del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA) en lectura, matemáticas o ciencias”. Eso significa, según él, que la intervención debe ser integral: con reformas educativas con una nueva visión, una revisión de los planes de estudio nacionales, la inclusión de nuevas formas de aprendizaje y enseñanza y, sobre todo, la formación continua de los maestros.

Docentes, todo un desafío

Marilene Maria de Luzo, profesora que trabaja con niños de cinco años, en la escuela pública de São Luis, en la Amazonía brasileña, contó que cuando llegó la pandemia desde la Secretaría Municipal de Educación le informaron que debía adaptar sus clases a una modalidad virtual, pero nunca recibió herramientas ni capacitación para hacerlo. “Yo tuve que usar mi celular, mis datos y tuve que pedirles a mis hijos y mis sobrinos que me enseñaran a usarlos para poder dar los cursos a distancia. No hubo soporte técnico ni financiero. Yo nunca había usado esas tecnologías”, dijo.

Disraelo Palacios, presidente de la Asociación de Educadores del Putumayo, en la Amazonía colombiana, indicó que varios de los docentes de las escuelas más apartadas tuvieron que subirse a una moto e ir casa por casa para entregar los documentos y orientar a los estudiantes. Pero muchos de ellos tenían miedo de contagiarse en esas salidas.

“Tenemos falencias en los dos extremos: estudiantes y docentes que no tienen acceso a conectividad. Entre los docentes tenemos que el 95 % puede conectarse a internet con sus propios recursos, pero la mitad de sus estudiantes no tiene esa posibilidad”, agregó Palacios.

No se trata solo de la educación 

La ausencia de las aulas no solo impactó el aprendizaje, también la seguridad alimentaria, pues al menos una parte de la alimentación de miles de niños y jóvenes dependía de los programas de nutrición de las escuelas, muchos de los cuales quedaron suspendidos. Según los reportes de la Unesco, con corte a julio del 2020, 21 de los 33 países de la región mantenían sus programas de alimentación escolar con la modalidad de entregas de kits en las casas. Eso a pesar de las denuncias de corrupción en países como Colombia, Ecuador y Perú, donde las autoridades adelantaron investigaciones por el posible desvío de algunos de los recursos destinados a la compra de los alimentos.

Pero además de la alimentación escolar, la Unesco reveló que las escuelas les permitían a niños y jóvenes acceder a otros servicios complementarios para mejorar su desarrollo y sus condiciones de vida, como los programas de anticoncepción, recreación y salud mental.

Justamente sobre la salud mental de los niños en medio de la pandemia, el 25 de noviembre del 2020 el Banco Mundial reveló una encuesta aplicada a cuidadores de más de 62.800 niños y niñas de Colombia, Perú, Costa Rica y El Salvador, cuya principal conclusión fue que los infantes presentaron más síntomas de angustia. Los datos del estudio señalan que el 61 % de los niños tuvo al menos un síntoma de angustia mental; cerca de un tercio manifestó que tenían problemas para dormir y dos quintas partes se mostraron nerviosos y preocupados.

Barreras para el retorno a la presencialidad

Aunque en muchos países ya se discuten los esquemas de alternancia entre las clases presenciales y las virtuales, en diciembre del 2020 la Unesco y el BID entregaron un informe, titulado “Reabrir las escuelas en América Latina y el Caribe: claves, desafíos y dilemas para planificar el retorno seguro a las clases presenciales”, que reveló que el 16 % de las escuelas de la región no tiene acceso a agua potable, y que en las zonas rurales esa cifra se eleva hasta el 28 %. Este dato resulta preocupante porque, como se lee en el documento, durante la pandemia “el acceso a este servicio es indispensable para cumplir las recomendaciones de higiene”.

Respecto a la disponibilidad de equipos, el informe de la Unesco y el BID indicó que el 62 % de las escuelas primarias y el 75 % de las secundarias no tienen equipos informáticos, y que solo el 44 % de las escuelas y el 66 % de los colegios tienen conexión a internet.

En relación con los docentes, el informe explicó que muchos profesores harían parte de la población de alto riesgo, en caso de contraer la covid-19, debido a que tienen morbilidades asociadas a la edad o a condiciones médicas prexistentes, por lo que la presencialidad podría dejarlos expuestos.

Ante este panorama, el informe de la Unesco y el BID sentenció que “los primeros indicios sobre la evolución de los presupuestos educativos durante 2020 no indican recortes, pero no hay evidencia de que la educación haya sido priorizada por los gobiernos dentro de los paquetes de respuesta económica a la emergencia”.

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