El pulmón del mundo sofocado por la desinformación

Durante la pandemia, los países de la cuenca amazónica han sufrido una combinación de noticias falsas y problemas estructurales de desconexión.

A mediados del 2020, Barranquilla, en el norte de Colombia, pasó por el pico local de contagios de coronavirus, generado en parte por la desinformación que generan las redes sociales y las cadenas de WhatsApp. En junio, las autoridades y los medios de comunicación emprendieron una ofensiva para desmentir las noticias falsas que circularon en la ciudad, según las cuales los hospitales ganaban millonarias sumas por cada contagiado de coronavirus y el valor ganado se incrementaba si el paciente moría. Con esta premisa, se invitaba a la gente a que no se dejara tomar la prueba, pues según las cadenas difundidas, por esta vía estaban infectando a los barranquilleros.

Mientras en el Caribe colombiano las autoridades trataban de contrarrestar el daño de las cadenas de WhatsApp, en la región del Amazonas las declaraciones del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, confundían a los pobladores. Bolsonaro, escéptico frente al coronavirus y distante de las decisiones basadas en evidencia científica, llevó a que parte del trabajo de los periodistas fuera desmentir las declaraciones del Gobierno, que negaba la gravedad de la pandemia, como contó desde Parintins (Amazonas) el periodista Marcio Costa.

Según el Instituto Reuters, los canales por los cuales se distribuye más información falsa en Brasil son Facebook y WhatsApp, los cuales son comunes a los países de la región, en los que también aparece Twitter como canal de difusión. Uno de los retos de la pandemia en la cuenca amazónica ha sido distinguir entre el contenido malintencionado y sin sustento y aquel que, si bien no se apega a los estándares científicos, hace parte de los saberes tradicionales, por ejemplo de los pueblos indígenas.

Pero los problemas de información en los países de la Amazonía no pasan solo por la difusión de contenido impreciso o falso, sino también por las dificultades para recibir información debido a la falta de conectividad y a factores culturales. Por ejemplo, la comunicadora indígena aymara Yeny Paucar Palomino contó, desde Puno (Perú), que hubo una afectación fuerte en la región amazónica “para los abuelos que no entienden el español”, ante la dificultad para traducir al aymara las palabras pandemia y coronavirus”. Desde ahí se dio el tema de la desinformación”.

En febrero del 2020, el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, dijo: “Las noticias falsas se propagan más rápido y más fácilmente que este virus, y es igual de peligroso”. En el mismo mes, la OMS declaró que había una infodemia, por el altísimo flujo de información, real y falsa, acerca de la pandemia del coronavirus, la mayor que el mundo haya conocido en la era de la información.

Según una encuesta de ESET Latinoamérica, en mayo del 2020 más del 70 % de las personas consultadas había recibido noticias falsas relacionadas con el virus y la pandemia, siendo las principales fuentes las redes sociales (72 %), la aplicación de mensajería WhatsApp (51 %) y portales poco confiables (36 %).

Desinformación y desconexión

Para los pueblos indígenas peruanos la pandemia representó una dificultad adicional en los Andes, porque con la temporada fría suelen aparecer enfermedades como la gripe y la tos común, cuyos síntomas son similares a los de la covid-19. Esta situación les causó confusión y desespero a los nativos, según contó la comunicadora aymara Paucar, quien anotó que en algunas zonas ha faltado información precisa y pertinente sobre la pandemia.

Lo que ha ocurrido en la Amazonía, explicó Cristina Vélez Viera, investigadora y cofundadora del medio Linternaverde.co, es que la región ha sufrido dos problemas que, aunque similares, son distintos: la desinformación y la falta de información. Mientras que la desinformación se refiere a un uso intencional de los canales digitales para difundir contenido impreciso, la falta de información se refiere a la ausencia de canales comunicativos en un grupo social determinado. Esta diferencia, precisó, es importante para la región amazónica porque “por la reducción de la conectividad muchos debates no están ocurriendo en redes abiertas como Twitter o Facebook, sino en WhatsApp, y eso no se puede ver”. En otras palabras, es más difícil de rastrear.

Por su parte, Ángel David Santiago, investigador y miembro del equipo de comunicaciones de la organización Colnodo, señaló que la fuerza de las comunicaciones voz a voz hace posible la difusión de información imprecisa, y dijo que aunque esto no sucede necesariamente de forma intencional, sí puede ocurrir que los mensajes que circulan terminen tergiversados debido a las dificultades de acceso a canales de información oficiales o verificados.

Santiago explicó que la desinformación en torno a la pandemia comenzó por no entender bien de qué se trataba el virus. Y agregó que en Colombia es muy fuerte el marketing de influencer, una figura que se concibe principalmente en los centros urbanos y que parece lejana a la Amazonía, pero que tiene una lógica similar a la del voz a voz. De manera que si en una región apartada a una sola persona le llega información antimascarillas, es posible que esta comience a difundir tal información en sus comunidades, explicó.

No obstante, advirtió Santiago, las dificultades de conectividad de la Amazonía no indican necesariamente que las poblaciones de esa región sean las más vulnerables frente a las noticias falsas. De hecho, al tratarse de un fenómeno con más fuerza en el mundo digital, puede llegar a poblaciones más urbanas y con más educación formal.

Según el docente Julio César Mateus, de la Universidad de Lima (Perú), no es posible identificar quiénes son las personas más vulnerables, pero hay algunas tendencias que señalan que las generaciones anteriores a las redes sociales confían más en los medios tradicionales, mientras que las generaciones nativas digitales se preguntan menos si las fuentes que consultan son o no veraces.

En contextos como el peruano hay otros factores a tener en cuenta, advirtió Jaime Delgado, director del Instituto de Consumo de la Universidad San Martín de Porres, entre ellos, la baja tasa de alfabetización sanitaria, entendida como la capacidad para procesar información sobre los servicios básicos de salud, y el aumento del tiempo libre que se invierte en las redes sociales. Pero, agregó, en el caso peruano, las noticias falsas no se concentraron solamente en la crisis del coronavirus, sino que se extendieron a la crisis política del país.

Noticias falsas, desde antes del coronavirus

El 3 de noviembre del 2020, durante la pandemia, el Congreso de Perú decidió que el presidente del país, Martín Vizcarra, debía dejar su cargo, tras acusarlo de “incapacidad moral permanente”. Lo reemplazó Manuel Merino, quien entonces era presidente del Congreso, lo que causó movilizaciones sociales con las que se ejerció presión para que este saliera del cargo y llegara al poder Francisco Sagasti; de esta manera, los ánimos sociales comenzaron a calmarse.

En medio de este proceso, surgieron noticias falsas, como aquella en la que conductores de un programa de televisión mostraron armas hechizas que supuestamente se habían usado en las manifestaciones contra Merino. Tras los chequeos de medios como La República, quedó claro que se trataba de fotos reales, pero de contextos diferentes.

Lo que se debe tener en cuenta en relación con este asunto es que las noticias falsas son anteriores a la aparición del coronavirus y hacen parte de un fenómeno global que ha sido llamado posverdad, con el cual se han afianzado propuestas políticas de corte populista en todo el mundo. Es en ese contexto global que sucede la pandemia y aparece la desinformación en torno a esta y a temas específicos como la aplicación de la vacuna contra el coronavirus, sobre la cual, sin ningún tipo de sustento científico, han circulado mensajes en las redes sociales que indican que puede alterar el ADN de las personas, que está hecha con tejidos de fetos abortados o que es utilizada para insertar microchips que permiten rastrear a las personas.

Más de un año después de que se descubrió la enfermedad, la preocupación apunta justamente hacia la vacuna, teniendo en cuenta que uno de los principales factores de desinformación, que afecta directamente la salud pública, es la existencia de grupos radicalizados antivacunas que actúan en oposición a la ciencia. Según Cristina Vélez, en este tipo de casos se mueven intereses que buscan generar un entorno de caos, en el que no haya una verdad clara y definida, para que su propia versión de los hechos pueda ser aceptada y se imponga sobre otras. Se trata, entonces, de buscar la rentabilidad política.

El efecto de este tipo de mensajes, que están atravesados por la desinformación, se puede percibir en los sondeos de opinión. En Colombia, en noviembre del 2020, la firma encuestadora Cifras & Conceptos, en alianza con Linternaverde.co, les preguntó a los colombianos si consideran aplicarse la vacuna cuando esta llegue al país: el 37,7 % de las personas encuestadas lo considera totalmente probable, el 23 % lo considera algo probable, el 17,7 % lo considera poco probable y el 18,7 % lo considera improbable. Es decir, pese a la gravedad de la pandemia, menos de la mitad de los encuestados están seguros de que van a aplicarse la vacuna.

Ante este panorama, Ángel David Santiago concluyó que la respuesta contra la desinformación es la educación. De hecho, parte del trabajo de Colnodo consiste en ayudar a que las comunidades del Amazonas tengan sus propias redes y acceso a la información, para que puedan agenciar desde allí sus necesidades comunicativas. Por eso, consideró que las estrategias de algunos Gobiernos para centralizar la información oficial y restringir otros canales no funcionan. Se necesita “que la gente identifique cuándo un mensaje la puede afectar. Por eso, lo que se puede hacer para que las personas no sean vulneradas es que puedan educarse”, señaló.

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